miércoles, 29 de marzo de 2017

La niñez discapacitada: La amistad y la potencia de los cronopios-pinochos

En la diferencia entre el organismo y el sujeto, entre los hilos de la marioneta y el entretejido infantil, se juega la curiosidad y las peripecias de cada infancia.

Buenos Aires

Por Esteban Levin

Cuando a un niño se lo nomina y se lo trata como un discapacitado – un Down, un TGD, un paralítico, un aullido de gato, un Rett), ¿qué efectos tiene en él, en los otros, y en la familia? ¿Acaso puede ser un cronopio[1]? Como plantea Orwell en el libro 1984, “quien controla el pasado, controla el futuro. Y quien controla el presente, controla el pasado.” Nominar a un niño como un diagnóstico, un síndrome, ¿no es determinarlo y pretender dominarlo?
La antigua terapeuta de Alejandro, de 8 años, comentaba en su equipo de trabajo, que él había progresado mucho porque pese al síndrome maullido de gato, hacía menos maullidos. Ale no juega ni habla, ni tampoco se relaciona con otros niños. Cristian, a los dos años, diagnosticado TGD no especificado, era considerado por todos como un discapacitado; por su supuesta problemática se le hablaba distinto, se aplicaban técnicas específicas para cada área -motriz, verbal, sensitiva, auditiva- y se lo incluía en un jardín de infantes común con actividades diferentes y específicas que, dado su diagnóstico, tenía una carga horaria diferencial. A Cristian, el otro[2] le resultaba indiferente. Juan Carlos de tres años, tiene una problemática neurometabolica, no se esperaba mucho de él. Se le hablaba poco, nadie le jugaba, sólo se lo cuidaba mucho para que no sienta dolor ni se lastime y ,fundamentalmente, para que se alimente de lo estrictamente indicado en la dieta. La institución a la cual concurría lo integraba, aunque no podía incluirlo con el resto de sus compañeros, porque siempre necesitaba cuidados diferenciados. Esto lo mantenía alejado de otros chicos con los cuales no llegaba a relacionarse, a pesar de llevar varios años concurriendo a esa institución.Pertenecen a esa franja siniestra de estar incluidos como excluidos.
Estos niños, como muchos otros que presentan un estado corporal frágil, más vulnerable que el resto, o simplemente diferente por su indefensión, remiten directamente a ser considerados excepcionales. Podríamos decir sin exagerar, que son ubicados en una posición de extranjeridad con respecto a su propio –impropio- cuerpo y a los otros. En efecto, soportan ser extranjeros a sí mismos, ya que se les  inculca una imagen del cuerpo en la cual, al reconocerse en ella, se desconocen como sujeto.
Discapacidad, niños especiales, escuela diferencial, integración niños especiales, Plasticidad neuronal discapacidad.
Discapacidad, niños especiales, escuela diferencial, integración niños especiales, Plasticidad neuronal discapacidad.
El extraño, el extranjero, el diferente, en éstos casos no se define por la nacionalidad, porque hablan otra lengua o pertenecen a otra etnia, ni porque tengan un color de piel distinta, sino por el estado de indefensión, por la dificultad corporal que poseen, con la cual han nacido o la han adquirido sin elección posible. Ésta imposibilidad imposible define la excepcionalidad. Ser extranjeros en su propia-impropia morada: su cuerpo.
Sin embargo, su vulnerabilidad corporal nos remite directamente a la propia, a la nuestra, a la de todo sujeto humano. En éste sentido, todos somos extranjeros, excepcionales, con relación a lo que no podemos asimilar, captar, de nosotros mismos. Cada uno tiene la propia impropia indefensión. Es el malestar constitutivo que nos hace ser mortales lo que nos constituye como sujetos en la cultura y nos permite hacer un lazo social, sostenidos siempre en el otro. Cualquier legalidad, la ley de alianzas, no es sin el Otro por el cual somos constituidos, y el otro con quien nos relacionamos socialmente, culturalmente, siempre y cuando no seamos extranjeros a nuestra condición corporal.
¿Qué sentido tiene un grupo cuando un niño es extranjero y funciona como un extraño a él?¿Cómo pueden estos niños diagnosticados discapacitados, extranjeros – en el sentido que mencionaba- constituirse y construir su imagen corporal para hacer lazo social con otros semejantes?
Muchos de los niños con los que trabajamos día a día, paradójicamente están a condición de no estar. Hacen lo que se les demanda, cumplen la consigna, están integrados como se les exige y aprenden a costa de la promiscua repetición aquello que se les pide. ¿Pero ellos existen en ese pensamiento? ¿Pueden relacionarse con otros amigos, para pensar juntos? ¿Comparten la posibilidad de imaginar y fantasear en la diferencia? ¿Crean la complicidad de la experiencia infantil, aquella que sólo se consigue en la exclusiva intimidad de lo grupal? Por el contrario, ¿qué sentido tiene un grupo cuando un niño es extranjero y funciona como un extraño a él?
Cuando de la infancia se trata, la hospitalidad de una institución, sea escolar o social, nunca puede ser absoluta, ni seleccionarse sin considerar los múltiples factores que determinan a la experiencia infantil más allá de cualquier dificultad problemática, pero que incluye necesariamente a ésta. Como hemos venido sosteniendo a lo largo de muchos años, no todo niño es integrable a una escolaridad común de modo general y uniforme. Es justamente ésta idea la que valoriza y defiende la necesidad de la escuela especial como verdadero acto de hospitalidad en aquellos niños –cronopios- que de otro modo están supuestamente incluidos, pero en su indefensión no terminan de integrarse. Permanecen como intrusos, extraños, extranjeros, a sus propios-impropios compañeros. ¿Es posible que un niño con problemas en el desarrollo y en su constitución subjetiva permanezca un año escolar integrado, incluido, pero no lograr nunca tener siquiera un amigo con quien relacionarse y hacer lazo social?
La función del amigo en la infancia
Justamente, un amigo para un niño es un otro que tiene que ver con él, con el cual se pone en escena y crea otra. Puede jugar, compartir una experiencia infantil y entonces es parecido a él. Se identifica con ese otro y nace una relación, una amistad a partir de hacer cosas juntos, construidas sin preguntar por qué se hicieron o qué objetivos o contenidos pedagógicos tienen. ¿Hay un modo de enseñar a otro a hacerse amigo, a relacionarse con otros?
¿Qué sentido tiene un grupo cuando un niño es extranjero y funciona como un extraño a él?
Discapacidad, niños especiales, escuela diferencial, integración niños especiales, Plasticidad neuronal discapacidad.
La amistad pone en escena la función del amigo desde la más tierna infancia. Pone en juego la diferencia en lo semejante y lo semejante en la diferencia, como don de amor. Es en la amistad donde por primera vez el amor se ubica en un otro que no es ya del orden de lo familiar. Es decir, el amigo abre el espacio libidinal del acto social. Apertura a la exogamia, ley de alianza fundamental en la constitución de lo heterogéneo. La heterogeneidad –a decir de Michel De Certau- quiebra la identidad consigo mismo. Crea lo discontinuo y da lugar a la propia experiencia subjetiva que posibilita pensar.¿Es posible que un niño con problemas en el desarrollo y en su constitución subjetiva permanezca un año escolar integrado, incluido, pero no lograr nunca tener siquiera un amigo con quien relacionarse y hacer lazo social?
El semejante, el amigo, al mismo tiempo que le permite identificarse con el otro y desdoblarse en él, crea la alteridad, la apertura hacia lo desconocido y la curiosidad del afuera que confirma un adentro diferente. ¿Es posible la experiencia y la cultura infantil sin el funcionamiento, el impulso y la heterogeneidad de la amistad?
Todo lo expuesto nos recuerda las historias que nos relata Julio Cortázar a través de los cronopios, los famas y los esperanzas, en las Clases de Literatura, dictadas en Berkeley en 1980, (Alfaguara, 2013). Dice Cortázar, “A los cronopios, como por contraste con los famas, los sentí como lo que realmente eran: Unos seres muy libres, muy anárquicos, muy locos, capaces de las peores tonterías, y al mismo tiempo llenos de astucia, de sentido del humor, una cierta gracia; en tanto vi a los famas como representantes de la buena conducta, del orden, de las cosas que tienen que marchar perfectamente bien, porque sino habrá sanciones y castigos. En el momento en el que se había producido esa disociación, creía que la cosa había terminado y era una simple fantasía mental pero de golpe aparecieron unos terceros personajes que no eran ni cronopios, ni famas, e inmediatamente los llamé esperanzas. (Nunca sabré por qué los llamé esperanzas.) Esos personajes se situaban un poco en la mitad, porque tienen algunas características de los cronopios, en el sentido de que tienden a ser bastante tontos algunas veces: son ingenuos, despreocupados, se caen de los balcones y de los árboles y, al mismo tiempo, al contrario de los cronopios, tienen un gran respeto por los famas… Los esperanzas, por un lado, admiran a los cronopios, pero les tienen mucho miedo porque los cronopios hacen muchas tonterías, y los esperanzas tienen mucho miedo de eso porque saben que los famas se van a enojar.”
Los niños, denominados discapacitados, son verdaderos cronopios, pinochos. Si pueden se rebelan, pelean, fantasean, imaginan, hacen tonterías, juegan con el absurdo y el sinsentido, crean, luchan con todos sus recursos contra aquellos famas que les imponen etiquetas, diagnósticos, pronósticos, estigmas, técnicas y presupuestos pedagógicos, técnicos y sociales sin considerar la propia historicidad que los enuncia como sujetos.
Están también los esperanzas, aquellos que intentan conciliar, acarician tanto a los famas como a loscronopios, quieren estar bien con todos. Ambivalentes, no pueden decidirse, parecen estar junto a los niños-cronopios, pero inmediatamente se inclinan por las conductas, los objetivos y los estrictos contenidos a desarrollar de acuerdo a los parámetros estandarizados para dicha patología o dificultad, aunque ella sea “no-especificada”.
Los niños, denominados discapacitados, son verdaderos cronopios, pinochos. Si pueden se rebelan, pelean, fantasean, imaginan, hacen tonterías, juegan con el absurdo y el sinsentido, crean…Alejandro cronopio, pinocho nos mira. No logra guiñarnos un sólo ojo, pero en su mirada logramos encontrarnos. Nos reflejamos en un espacio en eco donde comienza a circular un espejo que se abre a una experiencia diferente. Busca un objeto y me mira, ese gesto ilumina el tiempo compartido. En la complicidad de instante -aquello que los griegos denominan el Kairos como temporalidad singular- devenimos cronopios, nos aferramos a la gestualidad, y sin querer comenzamos a jugar con los rostros, movemos la boca, arrugamos la nariz, inclinamos las cejas, sacamos la lengua, nos reímos de uno en el otro. El juego de los rostros, en la disparidad, nos espeja y lanza a un horizonte cronopio. Allí Alejandro deja de ser síndrome maullido de gato, y constituye una experiencia infantil por fuera de cualquier discapacidad donde un niño cronopio tiene la palabra y constituye su imagen corporal.
Cristian, cronopio, pinocho, mira al títere pájaro que sostengo en mi mano. Sorprendido, no deja de mirarlo. El títere y Esteban arman el escenario ya que él todavía no puede hacerlo sólo, y rápidamente se mete en escena. Le sorprende el tono de voz del títere, como se mueve, canta, y las cosas que con Esteban hacen para convocarlo. Justamente a él que le cuesta hablar, mirar y jugar con otros, pero ante la demanda de éstos personajes que pueden jugar con él aparece su naturaleza cronopia, y me extiende la mano para tocar, acariciar el títere pájaro que hacía una de sus tiernas travesuras. Es un toque sutil, gestual, lentamente extiende la mano, me mira y toca al pajarito que a su vez extiende ese toque. Se tocan en lo intocable que acaricia una escena, una presencia que sostiene la fantasía cronopia, aquella que sin duda crea otra realidad, donde deja de ser un TGD no especificado a sus sólo dos años.
Juan Carlos había sido, muchas veces, revisado, investigado, para saber qué enfermedad neurometabolica tenía. De de tantos toques, de haber quedado como un  objeto, no quería que ya nadie lo tocara. Inseguro, aterrorizado y con mucho miedo, casi no podía mirar, ni hablar ni jugar y ,mucho menos, relacionarse con otros. Él quería acercarse, podía intuir su deseo de lanzarme la pelota, dibujar o jugar con un juguete, pero no lo hacía. Lentamente, respetando su tiempo, que no era el cronológico, comenzó a relacionarse. Pateaba la pelota y en la escena, se me ocurrió dramatizar el gol. Del movimiento que imprimía la pelota, construía un sentido acorde a lo que él producía en la escena. Cuando tomaba un lápiz o un marcador, el pulso tembloroso delimitaba rayas, trazos, que poco a poco se transformaban en figuras, líneas que pintaban garabatos, que nos decían secretos, cosas magníficas que había que adivinar, relatos que acariciaban figuras. Los papás y los chicos en la escuela también participaban en éstos garabatos que se metamorfoseaban en adivinanzas, imágenes, a descifrar, a averiguar qué querían decir. Juan Carlos cronopio comienza a relacionarse con otros, a dejarse tocar y tocar a otros sin ser un transtorno neurometabolico severo.La rebeldía de los niños cronopios no tiene fin. Se revelan a lo imposible, se exilian de la organicidad y tornan posible lo que hasta ese momento era irrepresentable.
Los niños cronopios, como todo pinocho, son todos diferentes. No hay uno igual a otro. Y es justamente ésta diferencia lo que los hace ser cronopios pese a los famas y los esperanzas que no dejan de procurar incluirlos en sus moldes. Intocables, establecidos y especificados según su dolencia, su discapacidad, la rebeldía de los niños cronopios no tiene fin. Se revelan a lo imposible, se exilian de la organicidad y tornan posible lo que hasta ese momento era irrepresentable. Por eso, ellos nunca están en el mismo lugar, se transforman y nos sorprenden siempre y cuando nos demos el espacio para asombrarlos y dejarnos sorprender por ellos. Entonces nos damos cuenta que al jugar, piensan, desglosan la realidad y al pensar juegan en la experiencia infantil. Puntapié esencial para cualquier historia de cronopios en escena.
Finalmente, Julio Cortazar, acerca de los cronopios nos cuenta que “Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente,
con la flor, a saber, le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa ‘es como una flor’.” Y en la última fábula, Tortugas y Cronopios, nos dice: “Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Los esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.”La herencia, tanto genética como simbólica no está determinada toda de antemano, que la misma depende, en gran medida, de la experiencia que tiene que realizar y de lo contingente. Esta indeterminación hereditaria abre las puertas a la plasticidad de cada desarrollo y subjetividad.
¿Seremos capaces de dibujar golondrinas para poner en escena la ficción de volar? Pero para ello tendremos que sercronopios en nuestra práctica educativa o clínica, pero no todos, famas y esperanzasmediante, están dispuestos a realizarlo.
Pinochos: El deseo de ser niños de verdad
Tal vez la figura de Pinocho a través de sus aventuras, como representante posible de la infancia, nos permito vislumbrar caminos no exentos de laberintos para recuperar lo infantil y en esa disposición donarlo al otro.
Pinocho, los cronopios, no coinciden con la madera, así como un niño nunca lo hace con su cuerpo. Ambos son lábiles, vulnerables y están expuestos al avatar de lo contingente e inevitable. En la diferencia entre el organismo y el sujeto, entre los hilos de la marioneta y el entretejido infantil, se juega la curiosidad y las peripecias de cada infancia.
Los niños que nacen con una problemática en el desarrollo, en la estructuración subjetiva, que tienen alguna dificultad corporal-motriz, neurológica o genética, los pinochos, nos enseñan y demuestran día a día no sólo la vulnerabilidad y lo provisorio de lo corporal, sino que la herencia, tanto genética como simbólica no está determinada toda de antemano, que la misma depende, en gran medida, de la experiencia que tiene que realizar y de lo contingente. Esta indeterminación hereditaria abre las puertas a la plasticidad de cada desarrollo y subjetividad. Entre lo heredado y el deseo hay diferencia y tensión, nunca coinciden, ni son uno. Por ésta causa, un niño se emancipa de la herencia y puede hacerla propia.
Lo inconsciente, desde el origen infantil, es cuerpo. Espacio y tiempo enlazados en el campo del Otro. Esta concepción es opuesta a la de considerar al desarrollo del niño como autónomo, definitivo o reglado de modo universal acorde a la edad cronológica, el estadio, o el gradiente de inteligencia al cual tiene que responder de acuerdo al currículo escolar, social, o terapéutico. Un pinocho-niño nunca está en un manual, ni en una descripción de un libro, ni en un informe o en un diagnóstico. Lo nefasto, no es la herencia en sí misma sino no poder metamorfosearla, romper con ella y recrearla.
Los niños, los cronopios, los pinochos, necesitan la intriga de tocar, saltar, garabatear con un otro, y es en éste espacio cómplice y complejo donde el don del deseo se transmite, se pierde, se deja, sin proponérselo, para un otro. El acto deseante implica siempre legalidad, límite y prohibición, condición necesaria para entrar en la circulación social. Así se instaura la deuda simbólica, que está en juego en cada verdadero acontecimiento. Con el niño nos lanzamos a jugar, y somos otros, cada vez que lo hacemos somos diferentes. Ese es el modo que tenemos de compartir y donar la experiencia infantil para que él pueda constituirla. Es una ética alimentada por lo singular de cada encuentro que no podemos anticipar de antemano. Estamos pendientes del sufrimiento y la demanda del otro.
Pinocho es una marioneta, pero no tiene hilos que sustenten sus movimientos. Es un títere pero no tiene guante que le dé movilidad, ritmo, vida. Es un muñeco pero nadie le presta la voz, los gestos, la musicalidad. Es un niño que difiere del resto, proviene de un árbol, el cuerpo es duro, de madera. En éste sentido, la ambigüedad, la vulnerabilidad, y la metamorfosis nominan las aventuras.
Los niños –pinochos- se revelan y sublevan a las certezas del desarrollo y a los diagnósticos predeterminados. Se mueven, inquietos, apasionados, nunca están en la misma posición. La condición infantil corporal los torna más vulnerables al otro y a lo otro, sin embargo al jugar se protegen, piensan, y como es de mentira, crean otra escena. Se dan cuenta que la fantasía puede ser real y, al mismo tiempo, lo real la limita hasta hacerla existir como escenario subjetivo. Damos lugar a lo imposible para que la escena propia de la niñez sea posible. En ésta singular travesía, ¿seremos capaces de crear con ellos el espacio infantil para que advenga la desventura del deseo?


[1] Cronopios, como se explicará más adelante en el texto, el término remite a las Clases de Literatura de Julio Cortázar, dictadas en Berkeley en 1980 (Alfaguara, 2013). En Historias de Cronopios y de famas,  Cortazar escribe: “A los cronopios, como por contraste con los famas, los sentí como lo que realmente eran: Unos seres muy libres, muy anárquicos, muy locos, capaces de las peores tonterías, y al mismo tiempo llenos de astucia, de sentido del humor, una cierta gracia…
[2] El otro, en el texto es una noción que refiere a los otros, el prójimo, con quienes tenemos la posibilidad de  relacionamos socialemente.

Un fenómeno que afecta por igual a los niños y a los adultos.

Burn Out: ¿Ponerse las pilas?

Buenos Aires

Por Juan Vasen
¨Cuando uno se desliza sobre hielo quebradizo
la única salvación está en la velocidad
¨.
                                                                                     Milton
Bajo este nombre electromecánico se engloban formas de sufrimiento y agotamiento de quienes, desoyendo señales corporales de alarma, acceden a exigencias sociales superiores a sus posibilidades de respuesta. Ante el agotamiento la frase de aliento en español suele ser ponerse las pilas, lo contrario al Low Battery, en inglés.
Los chicos y jóvenes en las escuelas, y los adultos en sus trabajos corren con la lengua afuera intentando alcanzar objetivos superiores a sus fuerzas. Lo cual es algo diferente a un estímulo, a lo que puede significar el deseo, y queda entonces más cercano a una obligación agobiante.
A esas subjetividades aceleradas y exigidas se las califica con un término deshumanizado: burn out. Algo así como quemado y expulsado.
Como profesionales, docentes y padres esto nos plantea preguntas. En este artículo intento mostrar la escena actual y las diferentes perspectivas para encarar una respuesta.
Una escena de la publicidad:
                Se abre la puerta del consultorio y sale un adolescente muy serio seguido de quien parece un experimentado profesional. La madre del joven le pregunta, ansiosa, al psicólogo:
            -Y, ¿cómo anduvo ese test vocacional? ¿Qué tenemos, un futuro ingeniero como el padre?
            -Bueno, Ramiro después te va a contar.
            -¿Qué te debo?
            -Bueno del Test en sí son 600 pero ya que estaba le hice otras cosas…Había un tema ahí con el Superyó, ¿vos no notaste nada?
            -Nnno…
            -Bueno le arreglé eso son 400 más.  Después encontré unos miedos que no eran originales. Esos se los cambié y le puse los originales: el fracaso, la muerte … pero eso es barato, son 200 más.
            -Pero yo te los traje por el test nomás…
            —Si pero, si  te lo  doy así en un mes me lo traés de nuevo. Con esto hasta los 30 te olvidás. Además, calculá: se te rompe el Superyó, eso te termina rompiendo el Ello, al Yo le tenés que cambiar los objetivos, la personalidad. Termina haciendo catarsis por ahí. Vos hacéme caso a mí, llevátelo así. Y mira de vez en cuando la figura paterna que anda medio suelta…
Mientras se cierra el diálogo aparece en la pantalla la propaganda de un taller mecánico acompañada de la siguiente explicación:
                       ¨Por suerte los psicólogos no son como los mecánicos.¨
                       ¨Por suerte nuestros mecánicos no son como los mecánicos¨
Publicidad de Car One   
¿Seguro que no es así?
En un vasto estudio desarrollado sobre el funcionamiento de los subterráneos japoneses se pudo detectar que cada convoy demoraba un segundo más de lo imprescindible en cada estación por la conversación de las mujeres. La eficiencia llama a silencio. Trasladada al campo médico esta premura se suele expresar de este modo, “Prefiero que los pacientes no me hablen mucho, porque si me hablan mucho me confunden el diagnóstico”. Lo importante no es escuchar sino juntar elementos para clasificar. Tenemos entonces un problema con el tiempo y con nuestra idea de lo que es comprender y reparar subjetividades.Desde una perspectiva centrada en lo bió-genético y su abordaje técnico, que  desmenuza en funciones cada vez más sofisticadas nuestras aptitudes y debilidades, podríamos ilusionarnos con terapéuticas sofisticadas y de curso rápido.
Desde una perspectiva centrada en lo bió-genético y su abordaje técnico que desmenuza en funciones cada vez más sofisticadas nuestras aptitudes y debilidades podríamos ilusionarnos con terapéuticas sofisticadas y de curso rápido. Bastaría cambiar cual repuestos, unos miedos por otros, inflar al yo como si fuera un neumático pinchado o ponerle líquido refrigerante a un superyó recalentado para recuperar la funcionalidad. Por esta vía entonces se abre para psicólogos y psiquiatras la posibilidad de hacer carrera como mecánicos del alma corriendo el riesgo de atragantarnos de engranajes que pretenden ser visibilizados en neuroimágenes.
En cambio, contactar con lo frágil, demorarse en la comprensión de lo herido, acompañar la cicatrización de una piel psíquica lastimada requieren pausa, tiempo y alegría.
Tiempo es lo que nos falta
La época es una influencia fundamental, un contexto clave en la estructuración de nuestra contextura subjetiva. Lo social hoy incluye dispositivos productores de la subjetividad esperable: la del hijo, la del alumno, la del trabajador, la del consumidor sobre todas, y prácticas de subjetivación que ¨rompen los moldes¨ y abren a diversidades.
La aceleración de los ritmos de la vida urbana que marchan al compás de un marcapasos casi cocaínico, motorizado por la predominancia de los ciclos del capital financiero sobre el productivo genera angustia, desorientación y una nostalgia que idealiza el pasado y dificulta la comprensión del presente en padres y maestros y dificultades en los chicos. A veces tenemos la ilusión de que antes todo era más claro, bueno o malo, blanco o negro y que el piso no se movía bajo nuestros pies.
No es sólo una cuestión de aceleración, sino que la desorganización de la narrativa “genera un movimiento sin guía alguna, sin dirección, un zumbido indiferente a la aceleración”Pero no se trata sólo de aceleración, porque según el filósofo Byung- Chul Han, “la verdadera aceleración presupone un proceso con unadirección”.[1] En cambio, el debilitamiento de las dimensiones narrativas en la post modernidad [2] genera además un desequilibrio del cual se pretende escapar con velocidad, como si se tratara de hielo quebradizo.
Lo que se ha debilitado es esa intención narrativa y en lugar de abrir una pausa de escucha a nuestros personajes, la sociedad tiende a relanzarlos para que la vida no pierda el ritmo. Cállate y goza. Entonces no es sólo una cuestión de aceleración, sino que la desorganización de la narrativa “genera un movimiento sin guía alguna, sin dirección, un zumbido indiferente a la aceleración”. [3]
Lo que falta según este autor es “una experiencia de la duración”. Él destaca la dificultad promedio de demorarse, cercana al saboreo, bien diferente del fast food que engulle. Y afirma que es la experiencia de la duración y no el número de vivencias lo que hace que una vida sea plena.[4]
No alcanza con la pausa aun cuando ésta se hace necesaria, porque la aceleración conlleva un empobrecimiento semántico del mundo, debido en parte a la eliminación de los intervalos que se oponen a la instantaneidad. Sin intervalos que ordenen y articulen “no hay más que yuxtaposición o un caos de acontecimientos desarticulados y desorientados”.   Una sucesión de presentes atomizados que quedan vacíos de narratividad. Han afirma que los átomos de ese presente no desprenden aroma.
“Es un error suponer que la masa positiva de datos e información que hoy crece hasta lo monstruoso hace superflua la teoría que la alineación de datos suplanta los modelos. La teoría no puede ser suplantada por los datos”. [5] Toda teoría selecciona y construye sus datos que no son naturales, lo mismo que ocurre con cualquier narración que no es mera sumatoria o almacenamiento sino transcripción. A diferencia de un procesador de computadora al que le falta narratividad, los chicos en sus juegos arman escenas que tienen implícito un guionFreud que usó la metáfora de las capas sucesivas de la Roma antigua enterrada para representar la psique lo decía de este modo. “Por lo tanto lo esencialmente nuevo en mi teoría es la afirmación de que la memoria no es simple, sino que está dada de diversas maneras, está depositada en distintos tipos de signos”.[6]
La diferencia entre nuestra memoria y un archivo es que, dado que el cerebro de un niño gira sin cesar, tal como planteaba Peter Pan, en su movimiento puede hacer y deshacer y jugar con las representaciones del mundo que ha guardado. [7]
El drama de Funes el Memorioso según Silvia Bleichmar, es que no puede filtrar y los datos de su memoria se le abalanzan como trastos, sin diques, de manera permanente porque les falta la historia. Entonces como no puede olvidar tampoco puede ejercer esa selección, reconstrucción y filtrado que implica recordar.[8]
Una computadora puede acelerarse sin problemas, basta cambiar el procesador, porque no tiene ninguna estructura de sentido, ningún ritmo propio porque está reducida a la mera eficiencia funcional.Una experiencia es salir del propio perímetro, cambiar el ritmo y el aliento.
Es por eso que hacer una pausa es condición necesaria pero no suficiente para poder demorarse, en una época en que el disciplinamiento del hombre se forma de acuerdo al ritmo de las máquinas y las computadoras. Aparte de la estrategia de  pausa y demora frente a esta época de prisas, Han propone considerar la posibilidad de que el tiempo recupere su duración y su aroma. Pero, ¿cómo?
El trabajo psicoanalítico con chicos es un espacio donde este drama se escenifica y permite profundizar en la percepción y la sensibilidad. El aroma impregnado de imágenes y de historia da lugar a que “en las profundidades del Ser se abra un espacio en el que todas las cosas se aproximan y se comunican las unas con las otras”. [9]
El encuentro con un chico que sufre suele transcurrir en el reino de la ficción donde la construcción de metáforas es una via reggia de acceso a algunas verdades ligadas a la belleza, también al horror, a la duración y la intensidad, no sólo a la velocidad. Pese a ser filosofo Han formula poéticamente algo que se construye en el espacio amistoso de un análisis cuando dice que “Las metáforas son el aroma que desprenden las cosas cuando entablan amistad”. [10]
A diferencia de un procesador de computadora al que le falta narratividad, los chicos en sus juegos arman escenas que tienen implícito un guion que conduce a un final de juego; mientras que los juegos de computadora siempre tienen un estadio o una vida más que se sobrepone a la muerte del personaje. “El procesador no conoce ninguna narración por eso no es capaz de concluir”, agrega Han.
Es libre el que no se somete completamente a un sistema temporal. Se trata de hacerse disidente de la comercialización actual del tiempo.Los chicos de hoy tampoco. He ahí la causa de una de las dificultades más frecuentes a la hora de pretender que los chicos concluyan sus juegos de computadora para hacer otra cosa. Una clara muestra del impacto de una sociedad que ahora propone sujetividades dependientes -de objetos y prácticas-, y ya no obedientes del saber y poder de las figuras adultas, como antes.
Es en esas escenas de juego con los chicos, cuando la demora puede ser generadora semántica de experiencia, justamente de eso que nos sucede, nos compromete, nos trastorna y nos transforma. Una experiencia es salir del propio perímetro, cambiar el ritmo y el aliento. Más que una actividad que se desarrolla, se trata de una sensibilidad que se potencia. Pero para el filósofo alemán no todo es demora, para él “una vida sin acción está ciega; una vida sin contemplación, sin reflexión está vacía”.[11] Es que la demora aromática no sólo tiene por función detener, sino también re-lanzar.
No podemos sustraernos a lo social de la época, pero podemos evitar que nuestra subjetividad y la de los chicos que nos preocupan se convierta en un espacio unidimensional, de aceleración lineal hecho de neurotransmisores.
Consultado Rüdiger Safransky respecto a los márgenes de libertad que disponemos en cada época dijo: “Escribo mi crítica desde la libertad, es decir describo el sistema-tiempo, o sea el ritmo del tiempo que se halla en diversos ámbitos vitales y laborales, pero siempre con la perspectiva de qué pertenecemos en parte a esos sistemas y, por lo tanto, lo creamos o no, estamos sincronizados. Pero esto no es todo: estamos en el sistema pero siempre un poco alejados del sistema, en caso contrario no podríamos verlo como tal ni describirlo. Pero también somos asincrónicos. Y ese estar fuera es lo que intuimos en nosotros como el tiempo propio, el propio ritmo. El cuidado, la atención al tiempo propio forma parte de la experiencia de la libertad creadora. Es libre el que no se somete completamente a un sistema temporal. Se trata de hacerse disidente de la comercialización actual del tiempo. Del mismo modo que hay diversas verdades también hay diversas velocidades. Una vida es rica si participa de diversas velocidades”.[12]
Como adultos y como profesionales, como padres y maestros está en nuestras manos y es también nuestra responsabilidad, garantizar un margen de disidencia con una sujeción completa al guion temporal de cada época y un acceso a diferentes ritmos, temporalidades y nuevos sentidos que pongan paréntesis y pausa, que fomenten un relato matizado y aromatizado. No se trata sólo del impulso acelerado sino de que se posibilite la escucha, el sentimiento y el pensamiento, que nunca van en una sino en diversas velocidades.
El Burn Out surge cuando esa disidencia no se permite, cuando la carrera no tiene pausa para cambiar el aliento, y la meta es el éxito que nos encandila con sus luces. Escuchar es detenerse y supone aceptar esa demanda de existencia y también de disidencia que Pennac y Melvin formulan. Ellos piden ser considerados más allá de su funcionalidad como soldado o alumno. Más allá de la función que cumplen y de la neurobiología que está implicada en ese funcionamiento. Más allá de sus neuronas e imágenes cerebrales. Y así lo dice Melvin: ¨Quiero existir para usted. ¿Es pretensioso? Si lo es, lo siento. Es lo más auténtico que puedo decirle: Deseo existir para usted.¨

[1] Han,B.C: El aroma del tiempo. Herder. Bs. As 2015
[2] Considerada como la época de la caída de los grandes ( y pequeños diría yo) relatos
[3] Han,B.C: El Aroma del Tiempo. Buenos Aires. Herder. 2015
[4] Idem
[5]-Han,B.C: La Sociedad de la transparencia. . Buenos Aires. Herder. 2015
[6] Freud,S: Carta a Fliess. Obras Completas. Tomo 1. Amorrortu.Buenos Aires . 1978
[7] Bekinshtein, P: 100% Cerebro. Ediciones B. Buenos Aires. 2015
[8] Bleichmar, S: La fundación de lo inconsciente .Amorrortu. Buenos Aires. 1990
[9] Han, B.C. El aroma del Tiempo Op Cit
[10] Pennac, D: Mal de Escuela Random House -Barcelona 2008: -¿Qué o quién lo ayudó a usted?-En mi caso, cuatro profesores y mi primer amor. Todos ellos me dieron la sensación de existir, me permitieron creer que podía tener una existencia fuera de la identidad escolar. Esos profesores se dirigían a mí, por alguna razón vieron en mí algo que parecía interesarles. Y eso me salvó. No se preocupaban tanto por el desempeño escolar, y la paradoja es que gracias a eso mismo mi desempeño escolar mejoró mucho”
[11] Nothomb, A: Una forma de vida. Alfaguara, Barcelona . 2010
[12] Safransky,R: Sobre el Tiempo. Katz Editores. Madrid. 2013